Nunca he podido descifrar de qué están hechos los recuerdos.
Recuerdo un bolígrafo que me regaló mi mamá cuando estaba en Secundaria (High School, Bachillerato, como le quieran llamar) , después de eso he tenido cientos de bolígrafos, plumas, y todo tipo de artilugios para escribir, pero el día en que se me cayó aquél en medio de la calle 23, en La Habana, el alma se me partió en trocitos.
Porque era lo único nuevo y bello que tenía en mi vida, lo único que me hacía diferente.
Cuando yo era niña en Cuba, parecía que todos éramos iguales, pero no iguales en el buen sentido de la palabra, éramos iguales en compartir lo feo, las mismas ropas, los mismo zapatos, los mismos uniformes escolares, las mismas libretas, los mismos lápices, las mismas escuelas despintadas, las mismas calles destruidas, la misma vida, en fin.
Y desde esa experiencia puedo asegurar de que a pesar de que compartir lo feo une, en cierta forma, no conozco a nadie que no haya rechazado la vivencia.
En cambio, compartir lo bello, es tan lindo.
Y la diferencia es bella, porque nosotros, pobres seres humanos, por mucho que nos quieran encasillar, somos únicos, cada uno de nosotros es irrepetible, cada uno de nosotros es cada uno de nosotros, somos todos ejemplares únicos, borradores de nuestras propias vidas, incunables de nuestra existencia.
Joyas valiosas, vidas.
Y todas y cada una de nuestras vidas son diferentes.
Aunque parezca mentira cuando compramos productos Made in China.
PD: Dice Yuli, mi primera lectora, que lo que acabo de escribir no es nada del otro mundo, que le sigue gustando mucho más «La Esquina de las Palomas» . Y en cambio, a mi me encanta. ¿Qué le voy a hacer?. Somos diferentes.