Cristobal Colón consiguió por fin el permiso de inmigración de Los Reyes y partió hacia las Indias, así que compróse un pasaje de avión en una nave llamada Iberia y en compañía de Una Pinta de ron, La Niña ( más conocida como la jinetera) y encomendándose a Santa María, se lanzó a los mares.
Maravillóse de lo ancho del mundo y de lo redondo, cosa que ya suponía y cuando sobrevolaba La Española, vió que allí no había mucho oro así que decidió seguir navegando hacia otra isla grande , que creyó sería Cypango (Japón) pero que resultó ser algo completamente diferente.
Poniendo pié en tierra, admiróse de la belleza de aquella isla y dijo:
«Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron».
La llamaremos Juana, díjose. Pero luego pensando en que aquellos inocentes aborígenes acabarían siendo llamados juanetes, cambió de idea y aceptó el nombre de Cuba para esa bella tierra.
Cuando se adentró un poco descubrió que había muchos nativos que permanecían a oscuras por los apagones, que otros apenas si podían vivir decentemente porque recibían el agua una vez por semana, descubrió que los aborígenes se pasaban el tiempo buscando qué comer, pero que ya no había frutas en los árboles, ni peces en el contaminado mar que rodeaba al principal asentamiento humano, así que tenían que comprar su escaso sustento en plazas llamadas Agros y La Shopping y que allí, sólo a precio de Oro se podía conseguir comida.
Descubrió que los nativos eran educados, dulces, pero que la miseria que por tantos años les había impuesto el Gran Cacique Coma Andante, los había convertido en seres anhelantes de cuentas de colores, de espejismos, de viajes hacia otras tierras.
Y dijo, en el lenguaje rebuscado, típico de su época:
– Hostias!… Joooooder, macho, alucino.
Y con la misma partió de nuevo en busca de Las Indias y sacó pasaje para Miami.